En los pintorescos valles de Nariño, Colombia, una batalla silenciosa se libra entre dos cultivos que simbolizan caminos opuestos : el café y la coca. Mientras la cocaína colombiana inunda Europa en cantidades récord, un grupo de agricultores valientes ha decidido apostar por el café como alternativa sostenible y pacífica al narcotráfico. Sus historias revelan una realidad compleja donde la prosperidad fugaz de la droga contrasta con la dignidad duradera del cultivo tradicional.
El dilema del agricultor narineño : entre el espejismo de la coca y la promesa del café
Nariño, región del suroeste colombiano, encarna una paradoja geográfica. Sus laderas de tierras fértiles y clima excepcional producen tanto el mejor café del mundo como parte significativa de la cocaína global. En 2024, Colombia produjo 2.700 toneladas de cocaína según la ONU, con Nariño albergando 69.000 hectáreas de cultivos de coca (de un total nacional de 253.000 hectáreas).
Gabriel Chicaiza Barrios, un caficultor de 74 años que dirige la finca Campo Bello, resume la filosofía que motiva su resistencia : “Cultivar café es tejer un vínculo con la naturaleza, recuperar el sentido de la vida”. Para él, los productores de coca han perdido conexión con valores fundamentales : “Han perdido el sentido de la naturaleza, de la familia y la comunidad”.
Francisco Antonio Estaisa, otro caficultor, confiesa la tentación constante : “Mis amigos que cultivan coca ganan hasta tres veces más que yo, es dinero fácil, pero peligroso. No solo ganas dinero, también ganas enemigos”. Esta realidad refleja la encrucijada que enfrentan miles de familias campesinas en la región.
Carlos Erazo, propietario de una finca cafetera, describe el impacto socioeconómico del narcotráfico con claridad : “Genera una desestabilización económica y social, porque produce abundancia de recursos que circulan rápidamente, algo muy seductor para las nuevas generaciones”. Frente a esto, defiende los valores tradicionales de los caficultores : trabajo, familia, seriedad, respeto y mérito.
| Cultivo | Hectáreas en Nariño | Familias beneficiadas | Impacto social |
|---|---|---|---|
| Café | 41.000 | Más de 40.000 | Fortalecimiento comunitario |
| Coca | 69.000 | Indeterminado | Violencia y desintegración |
Territorios de excelencia : el café colombiano como símbolo de renacimiento
Adrian Armero Martinez representa el futuro prometedor del café narineño. Este joven agricultor ha ganado dos veces el premio al mejor café de Colombia, produciendo granos cultivados a 2.000 metros de altitud que desarrollan cualidades organolépticas excepcionales. Su café se caracteriza por un perfil dulce con notas florales, sin acidez ni amargor, que según expertos “explota en el paladar”.
La región de Nariño posee condiciones geoclimáticas únicas que favorecen el cultivo de café premium. Los vientos cálidos de los cañones de la cordillera, combinados con la altitud ideal, crean un microclima perfecto para el desarrollo de granos de arabica de alta calidad. Como explica Antoine Nétien, reconocido torrefactor francés : “Las condiciones meteorológicas aquí son tan especiales que producen la mejor taza de café del mundo”.
La Universidad de San Juan de Pasto alberga el único laboratorio de microbiología en Colombia dedicado a mejorar la calidad del café. Bajo la dirección de Victor Hugo Villota Alvarado, este centro investiga procesos de fermentación, microorganismos y ácidos orgánicos para optimizar las características sensoriales del café narineño. “Nuestra historia con el café es ancestral”, recuerda Victor. “Durante medio siglo perdimos este vínculo a favor de la cocaína. Hoy, estamos recuperando nuestras raíces”.
El apoyo técnico y comercial resulta crucial para la transición. La asociación Abades, en Samaniego, agrupa a pequeños cultivadores y les ayuda a exportar directamente su cosecha, eliminando intermediarios y aumentando su rentabilidad. Paralelamente, iniciativas como Tierra Tinto, fundada por Antoine Nétien y Valentina Narvaez Belalcazar, buscan conectar a estos productores con mercados internacionales exigentes que valoren la calidad excepcional del café colombiano en lugar de promover prácticas nocivas como la fumigación con glifosato.
De la coca al café : historias de transformación y resistencia
Las experiencias de agricultores que han abandonado los cultivos ilícitos revelan tanto los desafíos como las recompensas de esta transición. Hector Santacruz, de 50 años, recuerda su pasado como productor de coca : “Cuando trabajaba mejorando mi producción de coca, me preguntaba qué mal estaba haciendo a la sociedad. Además, siempre tenía miedo. Cuando produces coca, vives con miedo constante”.
Omar Rualez comparte una experiencia traumática que marcó su decisión de cambiar : “Un día me denunciaron y vinieron guerrilleros a mi casa. Había acumulado 40 kilos de pasta. Estaba con mi familia. Nos pusieron armas en la cabeza. Cuando vi a mis hijos llorar, supe que debía parar”. Aunque perdió sus ahorros ilícitos, encontró un nuevo sentido a su vida cultivando café.
La comunidad indígena inga de Aponte representa un caso paradigmático de transformación colectiva. Durante aproximadamente 20 años, esta comunidad de 3.500 personas vivió del cultivo de amapola para producir opio. El dinero abundaba (unos 300 euros diarios por persona), pero las costumbres tradicionales se desvanecían y la violencia se volvía cotidiana.
Cristina Rodriguez Muñoz, miembro de esta comunidad, recuerda : “Estábamos en vía de extinción espiritual. Había cuerpos pudriéndose en las calles sin que nadie los tocara, aunque eran hijos de alguien”. Bajo el liderazgo de Hernando Chindoy Chindoy, los ingas decidieron colectivamente erradicar sus cultivos ilícitos después de intensas ceremonias de reflexión con ayahuasca.
Los pasos que siguió la comunidad inga para su transformación incluyen :
- Ceremonias tradicionales para reconectar con su identidad cultural
- Erradicación voluntaria de cultivos ilícitos
- Acuerdos con el gobierno para obtener apoyo durante la transición
- Reaprendizaje de técnicas agrícolas tradicionales
- Desarrollo de productos artesanales complementarios al café
Hoy, esta comunidad vive de su excepcional café, habla su lengua ancestral, viste sus atuendos tradicionales y produce artesanías y vinos de frutas. Como afirma Cristina : “El café es una semilla de paz”. Su experiencia demuestra que, aunque dolorosa, la transición hacia una economía lícita puede regenerar el tejido social y cultural de comunidades devastadas por el narcotráfico.
El futuro de Nariño : entre desafíos y esperanza
Luis Alfonso Escobar, gobernador de Nariño desde enero de 2024, enfrenta el reto de pacificar un departamento devastado por décadas de violencia narcotraficante. “Este departamento sale de 35 años de guerra, con más de 44.500 personas asesinadas”, señala. Su estrategia incluye erradicar cultivos ilícitos, construir infraestructuras básicas y subvencionar cultivos alternativos como plátano, cacao y café.
Los resultados iniciales muestran avances significativos : “Entre 2023 y 2024, pasamos de 599 asesinatos a 122. Los líderes sociales asesinados bajaron de 21 a 2”. Además, se ha firmado un acuerdo para erradicar 5.000 hectáreas de coca, lo que podría reducir la producción de cocaína en Colombia en unas 1.200 toneladas.
Para Valentina Narvaez Belalcazar, la ecuación es simple : “Comprar café de Nariño es comprar un poco de paz”. Esta perspectiva invita a consumidores internacionales a participar activamente en la transformación de la región mediante sus decisiones de compra.
La experiencia de Nariño demuestra que la transformación territorial requiere tiempo, apoyo externo y compromiso local. Aunque la coca sigue dominando el paisaje agrícola, cada nueva hectárea dedicada al café representa una victoria para la paz. Como concluye Gabriel Chicaiza Barrios : “Es posible vivir feliz con menos dinero. Ese es el precio de la paz”.
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